Era el año 1979 cuando para el hogar de Alonso
Cevallos Guerra y Carmita Cabrera Iñiguez nacía su primer hijo al que le dieron
el nombre de Alonso, como su padre. ¿Qué le deparaba el futuro a este niño? Su
padre, melómano por naturaleza y su madre sensible y llena de argumentos ante
el arte, dieron como resultado un hijo de corazón inquieto, deseoso del arte y
la ciencia.
Sus primeros pasos fueron en amor, y las
primeras experiencias con la música se daban por el ir y venir de amigos llenos
de virtudes musicales que visitaban nuestro hogar. Frente a este escenario no
pudo más…. Tenía que intentar tomar una guitarra, cantar con los demás,
entender el mundo, la vida, el mecanismo de los instrumentos musicales. Allí
comenzó todo.
Prontamente los años caminaron, el espíritu
recogió información para tocar la guitarra, el piano, el charango, el bajo, y
para contar la vida cantando. Por otro lado, se gestaba un espíritu
investigativo cuando entró al colegio Benalcázar. Es allí donde las bases de un
pensamiento analítico y un instinto perceptivo desbordan en un hombre
investigador con un perfil técnico artístico, que quería abarcarlo todo con una
sana utopía, y en el intento se forjó en Ciencias Básicas, Tecnología en
Sonidos, cultivó su espíritu en la belleza del culto Cristiano, hizo ensamble
musical con sus amigos, con la sociedad, perteneció al coro de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana, practicó con en el Coro Pichincha, dirigió dos coros de la tercera Edad, asesoró
grupos musicales, fue profesor de Canto Lírico en el Conservatorio Nacional en
Quito, profesor de coro y solistas en la Orquesta Sinfónica Infanto Juvenil del
Cantón El Chaco Provincia de Napo, en
fin muchas cosas más referentes a la música.
Un hecho marcó su vocación puesto que el día
que se iba a inscribir para estudiar piano en el conservatorio Franz Liszt,
terminó, sin saber cómo, inscrito en Canto, y desde allí se forjó con una
pasión desbordada en la técnica vocal, y aplicó todo su pasado, toda su energía
y entendimiento, tiempo y esfuerzo a esta maravillosa carrera. Casi se olvidó
de todo, con tal de conocer la voz y sus misterios, así como su mecanismo
milagrosamente conformado. Cantó en el Coro de ópera del Teatro Nacional Sucre,
escuchó por 14 años las mil clases de canto que la maestra soprano Nancy Yánez
daba a sus compañeros de Canto, y se Licenció como Profesor de Música en la
Universidad Católica en Quito; y así surgió, entre el estudio, la práctica profesional
y la afanosa investigación, un hombre con criterio objetivo del mecanismo vocal
y sus funcionalidades, así como del espíritu creativo del cantante y artista.
Ahora con todo el cariño desea compartir tanto
en el escenario, como en el aula, con los amigos y compañeros cantantes, para
beneficio del Arte, la cultura, la sociedad y el Canto en sí mismo, en su mayor
y más digna expresión.
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